Estoy terriblemente preocupado por una certidumbre que he vislumbrado hoy, pasados mis 20 años de edad y que afecta a lo único que de verdad me importa en la vida: el sexo. Se trata de una ley natural ineludible, lo sé: El número de erecciones en la vida de un hombre es finito.
Finito y discreto, un número que si no se dosifica convenientemente puede llegar a agotarse antes de la edad en la que uno debe seguir teniéndolas. Habrán escuchado que es lo que sucede con los óvulos femeninos, que cada mujer nace con un número predeterminado y al consumirlo pone fin a su vida fértil. En el hombre es igual pero con algo tan inmaterial y místico como la erección.
Ya digo que he pasado los 20 años y ahora me doy cuenta de que he dilapidado miles de erecciones. Desde los 12 me he pasado la vida empalmado, todos los días cientos de veces, ante cualquier estímulo. Me encantaba y daba rienda suelta a mi facilidad, en solitario, en compañía de amigos y, por supuesto, de chicas. Cuando no surgían de manera natural, algo extraño, las alentaba con un sencillo frotamiento; o ni siquiera, sólo con la imaginación. Un auténtico y peligroso derroche.
Ni que decir tiene que ahora me controlo y sólo me permito tener las imprescindibles, si voy a masturbarme o a meterla; pero no es fácil y muchas veces se me escapan... y eso me duele en lo más profundo. Si alguna compañera de clase se acerca tanto para pedirme los apuntes que capto su aroma o su calor, ahí está acechando. Cuando en primavera empiezan a aparecer la ropa ligera y abultada, ahí está disparada. En la discoteca, en el parque, en la piscina, en la playa, etc. Por suerte he ido aprendiendo a controlar la situación y pocas se me insubordinan ya.
Vivo con el desasosiego permanente de cuántas erecciones tendré ahorradas, si no habré consumido demasiadas y algún dia me quedaré sin ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario