26.5.12

Vida

Si tengo que citar, en orden cronológico, las tres actividades que a lo largo de mi vida han sido las únicas capaces de zarandearme un poco, de sacudir la existencia más triste e involuntaria que se conozca, de mostrar que de verdad estaba vivo, actividades ­–o instrumentos, también– capaces de concentrar y destilar algo de esa nada que es el tiempo desde que uno nace, capaces de motivar una sensación, una sinestesia, de generar una minúscula doblez en el tedio infinito que todo lo cubre, ese orden cronológico sería: masturbación, literatura e internet; siendo la masturbación la primera que dejó de producir en mí sus efectos eufóricos y el último, hace poco tiempo, internet. No quiero decir que haya dejado de practicar ninguna de las tres, lo hago, con similar frecuencia, pero ya sin tensión, mecánicamente, entregado a la inercia. Una a una aparecieron frente a mí y fueron las tres únicas experiencias que se han quedado conmigo, que he repetido, frenéticamente, en busca de una explicación a la nada, como fórmula de lucidez, como instante de alienación a la alienación de cada día, abandonado a ellas entre lágrimas. Ya no recuerdo cómo era todo antes de descubrir la primera, y tal vez no lo recuerde porque nada existía, pero me serviría para predecir en qué se va a convertir esto ahora que ha desaparecido el sortilegio de la última. Qué me espera.

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