Espero al tren en la estación. Junto a mí, ocupando un banco entero, una joven abraza a un pequeño bulto arropado que se mueve y llora. Un bebé. La joven desabrocha su camisa, extrae un pecho perfecto y lo tapa con el bebé. Me excito muchísimo ante la visión: el pecho, el acto de mamar y la propia existencia del niño, que implica una actividad sexual en la madre que juzgo lasciva y desbocada.
Extraigo el teléfono móvil del bolsillo y simulo una conversación. Me levanto y doy paseos, yendo y viniendo frente a la chica para fijarme bien en el pecho. Introduzco la mano libre en el bolsillo en actitud de ejecutivo impertinente. Mientras digo “sí”, “mejor mañana”, “claro” al teléfono apagado, con la otra mano amaso viciosamente el tremendo bulto de mi pantalón.
Extraigo el teléfono móvil del bolsillo y simulo una conversación. Me levanto y doy paseos, yendo y viniendo frente a la chica para fijarme bien en el pecho. Introduzco la mano libre en el bolsillo en actitud de ejecutivo impertinente. Mientras digo “sí”, “mejor mañana”, “claro” al teléfono apagado, con la otra mano amaso viciosamente el tremendo bulto de mi pantalón.
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