El enorme, insano placer de piratear el correo electrónico de una antigua novia pasados varios años. Sentarse después de cenar a probar claves y, tras muchos meses, encontrar la correcta. Leer con avidez absolutamente todo lo que hay contenido en esa cuenta, recibido, enviado, eliminado y archivado. Descargar todos los ficheros adjuntos para poder examinarlos con más detalle repetidas veces. Esperar con el corazón acelerado mientras las fotos en las que ella sale se van cargando, lentamente, en la pantalla. Terminar poco antes del amanecer con los ojos secos y la ventana de algún otro sociópata también iluminada en el patio. Cerrar su cuenta con la satisfacción de constatar la más anodina de las vidas. Algo insultante, un tremendo fracaso personal. Reir histérico tras la lectura exclusiva de correos laborales o de insípidas manifestaciones de amistad. El cuerpo todavía me tiembla por la felicidad de su naufragio. Perdedora.
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