19.7.12

Principios de proporción

Pequeños perros que defecan heces monstruosas. No me digan que nunca lo han notado: cuando caminan por las mañanas hacia el trabajo y se cruzan con la anciana que saca a su perrito, un pequeño pompón que de pronto se para en la mitad de la acera, mira con ojos inocentes y evacúa una importante carga. Esos gigantescos excrementos que son como si nosotros cagáramos bombonas de butano. Fíjense bien, no es una exageración, los excrementos son más largos que las patas y varias veces más gruesos. Resulta divertido comprobar cómo todavía no ha terminado de aflorar del ano cuando ya ha llegado al suelo, donde empieza a asentarse en directrices curvas. Es alucinante la idea de que si pesamos al perro antes y después de jiñar, la báscula puede indicar el doble o la mitad. Yo no lo puedo comprender, y lo he meditado mucho, cómo es posible vaciarse así, cuál será la sensación de evacuar resíduos de semejante dimensión. Porque, admitámoslo, a quién no le fascinan los anos de los perros, su tamaño, quién no piensa en ellos de forma recurrente. Es algo desproporcionado, singularmente en las especies más pequeñas, una de las partes más reseñables de su menudo cuerpo. El gran rosetón, tenso y ciego, capaz de desocupar medio perro y dejarlo en la acera.

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