25.7.12

Suicidio involuntario

Como la mayoría de ustedes, todas las noches me masturbo. Es lo último que hago antes de meterme en la cama y, anoche, casi lo último que hago en la vida. Tenía que haber reparado en que padecíamos la temperatura más altas del año, pero se impuso la fuerza de la rutina. Me cepillé los dientes, me desnudé y pugné conmigo durante largo tiempo, parando a coger aire cuando me ahogaba. Para erotizarme, deslizaba viciosamente la mano libre por el torso lubricado de sudor, que bajaba resbalando desde la barbilla hasta saltar de los testículos a un increible charco en el suelo del cuarto de baño. Fue duro pero conseguí eyacular entre jadeos de agotamiento y me arrastré a la cama donde me esperaba un ataque al corazón. Me tumbé deshidratado y extenuado por el esfuerzo, sin resuello, con un fuerte dolor en el pecho. La luz estaba encendida pero yo estaba ciego, sólo veía minúsculos puntos blancos, estrellitas. Estuve allí tendido, entre calambres, viendo la vida escaparse, llorando y luego me dormí. Esta mañana he amanecido desnudo, con las sábanas completamente arrugadas y la  luz del dormitorio encendida. Y unas tremendas ganas de masturbarme.

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